Embajadora de México en Colombia hace balance de su misión en el país

junio 13, 2020

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Patricia Galeana habla sobre los retos del covid-19 y sus proyectos futuros.

Vivimos un momento histórico, un parteaguas, un antes y un después. Había habido epidemias a lo largo de la historia de la humanidad que cobraron millones de vidas, pero debido a que nuestro planeta es una aldea global, como afirmó el filósofo canadiense Marshall McLuhan hace un cuarto de siglo, la pandemia se ha expandido por todo el mundo, paralizando todas nuestras actividades, no solo nuestra economía.

El covid-19 vino a cambiar nuestra vida. No solo se han enfermado millones de personas y se han perdido miles de vidas, sino que las afectaciones sociales y económicas, así como los efectos en la política nacional e internacional son inconmesurables. Se ha puesto de manifiesto, con más crudeza que nunca, la desigualdad existente en nuestra región y la discriminación que sigue sufriendo el género femenino.

Las mujeres han llevado el mayor peso en la crisis ya que siguen siendo las encargadas de los cuidados de los niños, los ancianos y los enfermos, además de los trabajos domésticos; y son el grupo mayoritario del sector salud. Por si esto fuera poco y a pesar de ello, han sufrido un incremento exponencial de la violencia en su contra.

Son muchas las lecciones que debemos sacar de esta crisis. Es un lugar común decir que hay que conocer la historia para no repetir los mismos errores. Es de desearse que a la luz de la experiencia actual busquemos nuevas formas para acabar con la desigualdad social y de género. Otro tema fundamental es la preservación de nuestro planeta y la necesidad de invertir todos los recursos posibles en la ciencia.

En este difícil escenario, por razones personales y familiares debo regresar a México, pero no quiero dejar tierras colombianas sin despedirme con estas breves líneas de ustedes.

«El covid-19 vino a cambiar nuestra vida. No solo se han enfermado millones de personas, sino que las afectaciones sociales y económicas, así como los efectos en la política son inconmesurables».

El mayor honor que puede tener una persona es representar a su patria, pero la representación resulta entrañable cuando se trata de cumplir la misión en un país hermano. Como historiadora, fue un privilegio participar en los festejos del Bicentenario de Independencia de Colombia. Vivir en Bogotá, disfrutando de la belleza de sus edificios de ladrillo rojo, enmarcados por la verdura de Los Andes, constituyen una emoción estética inolvidable.

Si bien todos los pueblos tienen sus particularidades, el caso de Colombia es único en nuestra región, por estar en un proceso de paz que tiene lugar después de medio siglo de conflictos armados. Con el pueblo colombiano ha pasado lo que el historiador inglés Arnold Toynbee escribió, afirmado que ante las crisis, los individuos y los pueblos solo tienen dos posibilidades, o desaparecen o salen fortalecidos. Los colombianos se crecieron en la crisis, son grandes lectores, tienen un alto nivel cultural y están altamente politizados.

La fraternidad de los pueblos mexicano y colombiano se remonta a su nacimiento a la vida independiente. No solo fueron vecinos sino que firmaron un Tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua.

En el siglo de construcción de sus Estados nacionales, el expresidente colombiano José María Melo murió luchando a lado de los liberales juaristas y el Congreso de Colombia dio su apoyo a Juárez en el momento en que la República estaba a punto de desaparecer por la intervención extranjera que quiso establecer un imperio en México. Esta cofraternidad ha continuado a lo largo de nuestra historia hasta el tiempo presente.

En la coyuntura actual debo regresar a mi país, pero volveré cuando todo pase, tengo varios compromisos en curso. Algunas las haré a la distancia, como enviar la serigrafía del Benemérito Benito Juárez, del artista plástico mexicano Ángel Zamarripa, de mi colección particular, a la Biblioteca Nacional, para que como dice el documento original del Congreso Colombiano de 1865, su imagen se encuentre en este repositorio, por haber merecido “el bien de la América”.

El Congreso de Colombia decidió después que la efigie de Benito Juárez estuviera en el Capitolio, sede de la representación nacional, pero como juarista, deseo dejar este recuerdo de mi estancia en Colombia y que se encuentre también presente en la Biblioteca Nacional.

De manera virtual, podré impartir la conferencia sobre la Historia de las mujeres en México, en el II Festival Internacional de Historia en Villa de Leyva, en septiembre, y otra sobre la Revolución Mexicana en la Biblioteca Nacional en noviembre, entre otras.

Un proyecto de la mayor importancia es seguir colaborando como académica con la Consejería Presidencial de Equidad de Género para hacer el Museo de la Mujer en Colombia, proyecto que la Vicepresidenta Marta Lucía Ramírez anunció en la ceremonia de conmemoración de la primera Constitución colombiana. Estoy altamente comprometida con el proyecto, como feminista y fundadora del Museo de la Mujer en México.

También colaboraré en el proyecto de los miembros de la Fundación del Salón de la Independencia Antonio Nariño, para hacer un Museo dedicado a los doscientos años de vida de la República Colombiana. Quedó pendiente igualmente la colocación de la Guitarra del escultor mexicano Sebastián, en el parque donde se reúnen los grupos de mariachis aquí en Bogotá.

Otro tema pendiente es el Museo de sitio en la casa de Antonio López de Santa Anna, en Turbaco. Santa Anna fue un militar mexicano que lo mismo fue realista que trigarante, iturbidista que antiiturbidista. Se convirtió en el caudillo militar por antonomasia, no era estratega pero lideraba a la tropa.

Se entronizó en el poder, lo mismo con monarquistas que con republicanos, con centralistas que con federalistas, con conservadores que con liberales hasta convertirse en dictador y pensar en coronarse emperador. Entre sus ires y venires del poder residió en Turbaco donde los miembros de la comunidad desean conocer la turbulenta historia de este personaje tan controvertido que vivió en tierras colombianas.

«Afortunadamente, las distancias geográficas ya no existen y los lazos afectivos permanecen, a pesar de la distancia y el tiempo».

En textos anteriores publicados en estas mismas páginas de EL TIEMPO, he destacado los vínculos indisolubles entre Colombia y México que, a decir de Simón Bolívar, tienen un mismo ser que los hace hermanos. También me he referido al monumento que los mexicanos le erigieron a José María Melo en Chiapas y al reconocimiento al presidente Juárez por su defensa de la Independencia y soberanía nacional; pero habíamos omitido los exilios de Santa Anna en Turbaco, y los turbaquenses quieren conocer su accidentada historia.

Un pendiente más será escribir las relaciones históricas de nuestros pueblos en dos siglos de fraternidad. Por todo ello, no les digo adiós, sino hasta siempre. Afortunadamente, las distancias geográficas ya no existen y los lazos afectivos permanecen, a pesar de la distancia y el tiempo.

PATRICIA GALEANA
​EMBAJADORA DE MÉXICO EN COLOMBIA

Disponible en linea

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